BY Eirene García Caro, madre de Inés y psicóloga.
En España, 3 bebés nacen muertos o mueren en el parto cada día. Sí, muerto. Sé que la palabra muerte nos suena ajena, tétrica, triste, pero no voy a utilizar otra, porque la realidad de la que os voy a hablar la contiene y sirve para describirla.
El día 15 de octubre de 2018, Día de la muerte perinatal y gestacional a las 9:56 de la mañana publiqué un post en mi página de Facebook sobre psicología haciendo una llamada al reconocimiento del duelo de las mujeres y familias que habían perdido un bebé durante la gestación o después de la misma y me leí la Guía sobre qué hacer en caso de muerte perinatal que la Asociación Umamanita había publicado esa misma mañana. Yo estaba embarazada de mi hija Inés, de 38+5sdg (semanas de gestación) y nunca imaginé que ese mismo día a las 18:00 horas yo me iba a convertir en una de esas mujeres y mi familia en una de esas familias.
La última vez que sentí a Inés fue de madrugada, tenía mucho hipo y no me dejaba dormir. Me levanté por la mañana y no se movía, pero ilusa de mi, pensé – «Estará dormida. Ahora cuando desayune seguro que se activa. Además tiene muy poco espacio.» Desayuné, pero Inés no se movió, algo en mi me decía que no iba bien. Pero no quise pecar de paranoica. Volví a desayunar, pero tampoco se movió.
Le dije a mi marido que después de pasar consulta por la tarde me llevase al médico porque sentía que algo no iba bien. Me dejó en urgencias del hospital materno y él se fue con mi hijo mayor, porque yo le dije: «seguro que no es nada, pero me quedo más tranquila».
Me hicieron pasar. Me pusieron el doppler, pero la matrona no encontró latido. Me dijo que iba a llamar a la ginecóloga para que me hiciese una eco, que los aparatos a veces no captan el latido por la posición del bebé.
La ginecóloga vino acompañada de dos médicos más. Me llevó a la consulta donde se encontraba el ecógrafo y empezaron a llegar más médicos. Todos miraban la imagen del ecógrafo con cara de circunstancias. Recuerdo a una de ellos, joven a la que se le saltaron las lágrimas. Fue entonces cuando lo supe y pregunté -¿Que no, no?- y la médico me hizo un gesto con la cabeza y me dijo: «No. No hay latido».
En ese momento pegué un salto de la camilla, casi me caigo y los médicos no hacía más que decirme que estuviese tranquila (os recomiendo recordar no decirle a nadie nunca eso de tranquila cuando ocurre una situación que es para no estarlo). Yo solo pensaba para mis adentros que me acababan de decir que mi hija estaba muerta y que podía estar de todo menos tranquila. Recuerdo que sólo decía: «no me puede estar pasando esto a mi hoy. No puede ser.»
Me ofrecieron irme a casa, pero les dije que no, que tenía que llamar a mis padres, mi marido, mis suegros para organizarnos con mi hijo y que viniese mi marido al hospital que yo no me iba a casa. Después de llamarlos yo solo podía pensar en la información de la Guía que había leído por la mañana y una historia que se hizo viral sobre una orca que parió a su cría muerta y la llevó en el lomo durante tres semanas, hasta que ya no pudo más y la dejó ir. Me repetía una y otra vez que tenía que afrontar la situación. Soy psicóloga y es lo que repito en todas las consultas.
Vino mi marido y su tía, que fue matrona. Mientras tanto la médico me dio a elegir si parto natural o cesárea. «Parto natural», respondí. No paraba de pensar en la orca y su cría y me decía a mi misma que la naturaleza es una gran maestra. Gracias a la vida, apareció también Aroa, la matrona que asistió mi parto y que estaba formada en qué hacer en estos casos. Sentí que hablaba mi idioma, que me entendía y en todo momento me dio opción de lo que hacer y me recomendó lo que era mejor para mí y para el duelo. Le dije que quería hacerlo como ocurre en la naturaleza, como si Inés estuviese viva porque era consciente de que eso me iba a ayudar en mi proceso de duelo, y efectivamente fue lo mejor que pude decidir.
No os niego que mientras dilataba y paría mi mente no paraba de decir «seguro que ocurre un milagro y cuando salga, te la pongan encima y escuche tu corazón, se despertará». Se lo decía a mi marido y él me decía: «Gordi, eso no va a pasar». Efectivamente no pasó. El también me dijo, es impactante que nuestra hija muera un día y nazca al siguiente. Así es. Dar a luz a tu hija muerta es una paradoja de la vida pero es una realidad que existe y ocurre y debemos estar preparadas para ello. A las matronas que conozco las he invitado que hablen de este tema en las clases preparto porque es fundamental saber qué hacer si te ocurre. Pasa muy pocas veces, pero pasa y lo mejor que podemos hacer es estar preparadas para afrontarlo si se da, igual que te hablan de qué hacer si te da una mastitis.
El parto fue una experiencia para mi preciosa, pero sin la recompensa de la vida, de poder mirar a los ojos de mi hija, de escuchar su llanto. Nació a la 13:30. Me la pusieron encima, estaba calentita. Era preciosa, larga y se parecía muchísimo a su hermano.
Aroa me ofreció que si quería que le tomase huellas de manos y pies y que si quería estar un rato con ella para despedirme, para despedirnos. Le dije que sí, porque sabía que era la única oportunidad que tendría de hacerle fotos, de acunarla, besarla, cantarle una nana y decirle adiós PARA SIEMPRE. También de generar recuerdos con ella que me acompañaran toda la vida.
Hice como la orca. Tuve a Inés conmigo hasta que ya no pude más porque su cuerpo empezó a mostrar signos muy evidentes de la falta de vida. Se despidió de ella, mi marido y mis padres. A las 15:15 del día 16 de octubre llamé a la matrona y se la llevaron.
Pedí que por favor no me pusiesen en una habitación con bebés y lo intentaron, pero como la planta de maternidad estaba de obra, en ginecología había dos habitaciones con bebés y me pusieron justo en frente. Pedí que me cambiaran, pero obtuve una negativa. Era martes y mi madre se quedó conmigo a pasar la noche en el hospital. La recuerdo muy dura porque me desperté muchas veces escuchando los llantos de bebés que no eran Inés. Me sumía en el llanto, la rabia y el enfado. Cansada y abatida decidí que esa era mi realidad y que había otras realidades. Cuando saliera debería enfrentarme a carritos, bebés recién nacidos, hablar con amigas que parían en el mismo mes que yo, ir a las tiendas donde hay ropa, pañales y cosas para bebés…Decidí que cuanto antes AFRONTARA esa realidad que me recordaba que mi hija no estaba conmigo antes llegaría a la aceptación de lo que ha pasado.
Siento que así está siendo. Afrontar la muerte de mi hija desde el primer momento me está ayudando a atravesar el dolor. Un dolor que a veces es tan sordo, tan profundo, tan hueco que hasta me duelen las entrañas literalmente. Me duele el alma, porque se me ha roto y no hay consuelo. No hay nada en este mundo que pueda consolarme o aliviarme este dolor. Hay cosas que lo agravan. Entiendo que no es mala fe, sino desconocimiento y querer consolar. No ayuda que la gente te diga «ya tendrás otro», «era lo mejor que podía pasar porque después habría sido peor» o «dios sabe porqué te lo manda». Nadie va a sustituir a un hijo o hija fallecido; no ha sido mejor ahora que después porque sea cual sea la edad a la que tu hijo o hija muere es algo que te rompe el alma y «Dios» no manda esas cosas, sólo faltaría.
También he de deciros que a pesar del dolor que la muerte de Inés me ha provocado, ha despertado en mi y en todas las personas que la estábamos esperando ,una ola de amor y de conciencia mucho más grande acerca de lo que realmente importa. Lecciones de vida, aunque ella se haya ido con 38 semanas y 5 días de vida dentro de mi vientre. Que a pesar de lo doloroso de esta experiencia y del camino que estoy recorriendo me estoy encontrando con mucha personas que aportan luz en medio de este túnel, hasta que logre atravesarlo. Personas de mi familia directa como mi padre, mi madre, mis hermanos, mis primas o mi familia política mis suegros y cuñadxs, tías, primos; personas que son mis hermanas, tías y primas de la vida que son mis amigos y amigas y personas que han pasado por experiencias parecidas o iguales a la mía como Ghita, Virginia o Elena.
Para mí, el hecho de sentirme comprendida, respetada, acogida y aceptada en mi dolor y a pesar de él me está ayudando muchísimo. El que empaticen conmigo y me digan «es horrible, pero el dolor se mitiga con el tiempo», «no sé qué decirte, solo que lo siento muchísimo», «cómo te sientes, cómo estas, aquí estoy». También lo está haciendo mi profesión y sobre todo el altruismo, que como dice BorisCyrulnik «es un mecanismo de legítima defensa para combatir el dolor».
He contactado con mamás que han perdido un hijo o hija gracias a mi matrona para hacer un grupo de ayuda mutua gratuito para personas proceso de duelo por un hijo o hija fallecido durante la gestación o poco después de nacer. Como psicóloga considero además que es un recurso indispensable y necesario, ya que una vez que sales del hospital habiendo pasado por esta experiencia no existe nada para dar soporte a personas a las que le ha sucedido lo mismo que a mí en la ciudad en la que vivo. Lejos de alargar el dolor o alimentarlo, los grupos de ayuda mutua en estas situaciones pueden llegar a convertirse en un catalizador del proceso de aceptación de la perdida y si no en un apoyo que acompañe durante el proceso de la aceptación de la pérdida. Quiero hacer grupos también de otras temáticas y dedicar parte de mi trabajo a ayudar a personas que han pasado por esto o que tienen problemas para concebir, que tienen hijos con alguna problemática, que sufren depresión postparto o que se sienten inmensamente solas o incomprendidas en el camino de la maternidad. Ésta es mi manera de dar sentido a la muerte de mi hija y a mi vida sin ella, enfocarme en hacer aquello que se me da bien y que me gusta que es ayudar a los demás y en las cosas importantes de la vida.
Una de las cosas que me ha enseñado Inés, es que la muerte no es contraria a la vida, sino que es parte de ella. Que dejarla a un lado no sirve de nada, porque puede sorprenderte en cualquier momento y que aceptarla, es decir, estar dispuesta a que acontezca es el camino para estar en paz con ella. Que tenemos la oportunidad de vivir y que hay que ser consciente de que lo verdaderamente importante es que nos lata el corazón en el pecho y nos entre aire por la nariz. Que lo realmente importante es en qué y quién inviertes tus latidos porque mientras vivamos tenemos la oportunidad de dejar huella. En palabras de mi padre en su carta de Navidad dedicada a Inés:
» Una huella tan profunda como la de sus manos- que no pude sino besar, ya inertes- que sin embargo dejaron en mi el mayor de los regalos de Navidad: experimentar y descubrir que como afirma Edth Eger- superviviente del campo de concentración nazi de Auschwitz «Lo peor, saca a la luz lo mejor de nosotros mismos».
En mi caso toda mi luz, mi fuerza y mi amor. Su luz, su fuerza y su amor.
Un montón de amor para todos y todas,
Eirene